Tardes de Game Pass: DRAGON QUEST XI.

Nota: Es posible que al momento de leer este artículo el videojuego mencionado no se encuentre disponible dentro del catálogo de Xbox Game Pass por lo que te recomendamos visitar este enlace en el que encontrarás el catálogo completo de títulos.

No estar para tonterías es un sentimiento con el que podemos llegar a identificarnos en muchas ocasiones y llevarnos a desinstalar e ir a otra cosa. De un montón de videojuegos en la biblioteca me he autoimpuesto el hacer borrón y cuenta nueva, dejando solo cinco que o bien son servicios como Apex y Warzone o los tengo pendientes por completar como Resident Evil 7, Star Wars Jedi: Fallen Order o el gran Dragon Quest XI S: Echoes of an Elusive Age – Definitive Edition de la mano de las Tardes de Game Pass. Y para que el texto entre mejor diría yo que me referiré al videojuego meramente como Dragon Quest XI.

Mi relación con los videojuegos RPG nunca ha sido muy estrecha y si se trata de uno de corte japonés es que el Xbox Game Pass ha sido la oportunidad perfecta para una primera toma de contacto con un género que había sido inexplorado por mi mando. El combate por turnos siempre me había parecido aburrido y solo los gráficos espectaculares con estética de anime y diseños de personajes del mismísimo Akira Toriyama lograron empujarme a esta aventura.

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Sumergirme por primera vez en las Tardes de Game Pass con Dragon Quest XI ha sido dejarme atrapar por la épica banda sonora con la que nos recibe la Orquesta Sinfónica Metropolitana de Tokio. El inicio es un poco lento pero el adecuado para una aventura que aguarda decenas de horas por delante y que si bien se toma las cosas con calma nos va dejando entrever que un gran viaje nos aguarda. El videojuego de Square Enix entra por los ojos con sus verdes praderas, carismáticos personajes y enemigos que aunque pegan fuerte parecen pedir a gritos un abrazo pero unos pocos minutos de juego son suficientes para entender que Dragon Quest XI es mucho más.

No seré el primero al que eso de combates por turnos le haga echarse para atrás pero a cada encuentro que vamos teniendo se nos recompensa con nuevas habilidades y conocimientos acerca de los enemigos. La constante recompensa no hará que las cosas se hagan un paseo, ni mucho menos, y en más de una ocasión me llegué a ver en la obligación de retomar desde un punto de guardado anterior al haber sido derrotado. El tener que enfrentarnos a enemigos más débiles para ganar experiencia y enfrentar a los más poderosos es un disfrute de principio a fin y en las más de diez horas de juego que llevo hasta el momento no he llegado a sentir que hayan barreras invisibles, un buen guerrero nunca debe negarse a un combate. Tener una pizca de desafío hace que pese a que no siempre haya salido bien parado de un combate siempre lo haya hecho con una idea clara de cómo hacerlo mejor la siguiente vez.

Aún me falta un montón de camino por recorrer y Dragon Quest XI se las arregla para siempre garantizar que habrá algo nuevo a la vuelta de la esquina. Lo que empieza como una solitaria misión pronto se le van sumando nuevos protagonistas para crear un equipo al que da gusto controlar en combate, descubrir sus historias y hacernos sentir que no hay enemigo que pueda interferir en nuestro camino. Respetar el tiempo del jugador es una filosofía sobre la que se construyen los cimientos de este videojuego y lo que hace que volver sea tan gratificante como esas mañanas de fin de semana en la que esperábamos una de nuestras caricaturas favoritas. 

Dragon Quest XI no necesita mis elogios pero si mis palabras pueden servir de algo espero que sean para animar a cualquier jugador indeciso a no pensárselo dos veces y asumir la misión de convertirse en el luminario. El mundo de Erdrea rebosa alegría y todo guerrero dispuesto a empuñar la espada para combatir el mal verá como las puertas del Xbox Game Pass se abren ante sus ojos y le muestran la gran aventura que está por vivir.

Un detalle que partida a partida ha logrado sacarme una sonrisa son los resúmenes que siempre nos ponen en contexto de dónde dejamos las cosas la última vez, y es que la aventura va para largo.

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